lunes, 4 de febrero de 2008

no quiero convencer a nadie, de nada



No quiero convencer a nadie de nada. Tratar de

convencer a otra persona es indecoroso, es atentar contra

su libertad de pensar o creer o de hacer lo que le dé la

gana. Yo quiero sólo enseñar, dar a conocer, mostrar, no

demostrar. Que cada uno llegue a la verdad por sus propios

pasos, y que nadie le llame equivocado o limitado. (¡Quién

es quién para decir "esto es así", si la historia de la

humanidad no es más que una historia de contradicciones y

de tanteos y de búsquedas?)


Si a alguien he de convencer algún día, ese alguien ha de

ser yo mismo. Convencerme de que no vale la pena llorar, ni

afligirse, ni pensar en la muerte. "La vejez, la enfermedad

y la muerte", de Buda, no son más que la muerte, y la muerte

es inevitable. Tan inevitable como el nacimiento.


Lo bueno es vivir del mejor modo posible. Peleando, lastimando,

acariciando, soñando. (¡Pero siempre se vive del mejor modo

posible!)


Mientras yo no pueda respirar bajo el agua, o volar (pero de

verdad volar, yo solo, con mis brazos), tendrá que gustarme

caminar sobre la tierra, y ser hombre, no pez ni ave.


No tengo ningún deseo que me digan que la luna es diferente

a mis sueños.