domingo, 24 de febrero de 2008

página extraviada de algún diario



Me despierto y permanezco en la oscuridad, sin moverme. Hoy no tengo que trabajar. A mi alrededor gravitan unos cuantos planes, todos bastante vagos: viejas películas que no he visto, lecturas atrasadas. Cuando al fin me levanto me tomo el tiempo necesario para despertar. Un par de horas, un par de cafés y la lectura monótona de la prensa en Internet. Espero a que mi pulso se acomode al circular de este día que ya lleva un buen rato en marcha. Me siento como una de esas mujeres de los cuadros de Edward Hopper, o como los personajes de los cuentos de Carver, atrapados en un entorno espeso e invisible que les obliga a fluir con él.


Reabro el libro que terminé de leer anoche. “Un nómada es alguien que nunca está en ningún lugar” dice Alberto Manguel en su prólogo del libro de viajes de Cees Nooteboom. No sé qué pensar. ¿Estoy yo ahora en algún lugar? ¿O sólo estoy en algún lugar cuando viajo, cuando soy nómada?


Más tarde termino un artículo sobre el desierto para mi blog. Me invade la nostalgia de las rocas rojizas al atardecer, de la luz punzante y blanca cayendo a plomo sobre las cabezas; o tal vez sólo sea la nostalgia del hombre en movimiento la que se cuela en esta tarde estática. Vuelvo a pensar en la definición de nómada de Manguel. No, definitivamente no estoy de acuerdo.


Al anochecer corrijo algunos exámenes. Mis alumnos están a cientos de kilómetros de distancia, lo que convierte la corrección en una suerte de espiritismo. Yo convoco la presencia de mis alumnos mediante la lectura de su examen (que ni siquiera refleja lo que ahora saben o son, sino lo que sabían o eran hace diez días). A veces no puedo dejar de imaginar hacia dónde irán sus vidas; a cuántos de ellos les serán de utilidad mis denodados intentos de que aprendan a operar con decimales. Nunca creo que el conocimiento sea inútil, pero la humanidad parece ir por otro lado.


Preparo la cena y veo el informativo sin muchas ganas. En la sartén chisporrotea un emperador con salsa de soja; en la televisión, el locutor cuenta cómo la NASA ha lanzado al espacio Across the universe. Es lo único destacable en una telerrealidad de una calidad literaria ínfima.


Me sirvo una copa de vino y después otra. Noto cómo me inyecta en la sangre el calorcillo agradable del alcohol. Me pregunto si así es como viven esos personajes de Onetti, ajenos y ligados al mundo al mismo tiempo, a los que los atardeceres les van cuarteando el alma.


Cuando por fin me acuesto, miro de reojo al calendario. El número en rojo que marca la fecha de hoy parece haberse desvanecido, como si tras un breve protagonismo regresara al anonimato cabalístico del calendario.


Cierro los ojos con la certeza de que de este día no quedará más mácula que esta página que aún no he escrito.