sábado, 2 de febrero de 2008

qué leer



Érase una vez un pueblo donde las noches eran largas y la muerte contaba su propia historia.

En el pueblo vivía una niña que quería leer, un hombre que tocaba el acordeón y un joven judío que escribía cuentos hermosos para escapar del horror de la guerra.

Al cabo de un tiempo la niña se convirtió en una ladrona que robaba libros y regalaba palabras.

Con esas palabras se escribió una historia hermosa y cruel.

Era enero de 1939.
Tenía nueve años y pronto cumpliría 10. Liesel Meminguer llega a Molching, a un lugar llamado Himmelstrasse, a su nuevo hogar.
Ya había dado su primer golpe, sería el comienzo de una ilustre carrera.
Aunque hubo un considerable paréntesis entre el robo del primer libro y el segundo. También hay que tener en cuenta que el primero se lo robó a la nieve y el segundo a las llamas, sin olvidar que los otros no los robó, sino que se los dieron. En total tenía 14 libros, pero ella sostenía que la mayor parte de su historia estaba en una decena de ellos.
De esos diez, robó seis, uno apareció en la mesa de la cocina, un judío escondido escribió dos para ella y el otro le fue entregado por un amable atardecer vestido de amarillo.
Cuando empezó a escribir su historia, se preguntó por el momento exacto en que los libros y las palabras no sólo comenzaron a tener algún significado, sino que lo significaban todo.
¿Fue al ver por primera vez una habitación llena de estanterías repletas de libros? ¿O cuando Max llegó a Himmelstrasse con las manos llenas de sufrimiento y el Mein Kampf de Hitler? ¿Fue por leer en los refugios antiaéreos o quizá por la última procesión a Dachau? ¿Fue por El árbol de las palabras?
Tal vez nunca pueda precisarse con exactitud cuándo pero...
a veces un mismo hecho puede ser espléndido y terrible a la vez, y una misma palabra, dura y sublime.