martes, 15 de julio de 2008

el amor puede estar en una miga de pan



Soy una gota de vino y me acabo de enamorar de una miga de pan. Ella ni se plantea intentarlo conmigo. Cuando me he declarado y la he mojado con mis palabras, se ha puesto roja y ha caído al fondo del vaso. Ahora está quieta, entre burbujitas.

No entiendo su actitud. Nuestra relación será efímera. Apenas nos quedan dos o tres minutos de vida. O de amor. Entonces, ¿por qué no aprovecharlos? Yo sólo soy una gota y ella una miga. Desapareceremos en seguida, en cuanto el hombre se siente a la mesa y riegue ese entrecot con vino tinto. Normalmente, esto no me suele pasar. Nunca tengo compañía. Siempre me vierten en el vaso y de ahí al estómago. Sin tiempo para nada. Pero hoy, ha caído sin querer una miga de pan aquí dentro. Y digo yo que, dada la casualidad, podríamos aprovechar la oportunidad de amarnos, ¿no?

Quizá he sido demasiado impulsivo al decirle mis sentimientos. Parece como enfadada. El problema es que no hay tiempo para sutilezas. Desde que ha caído dentro del vaso, sigue en el fondo. Hay que reconocer que es una miga muy sexy. Es como una nube diminuta, de esas que aparecen en el cielo al atardecer. ¡Si es que está para comérsela! Y claro, ante tanta belleza, no he podido resistirme y le he hecho mi proposición nada más verla. Me ha rechazado al primer intento. Tal vez soy demasiado pequeño para ella, un adolescente con doce años de crianza. Y luego está lo de ser “gota”, que puede llevar a engaños porque es un nombre en femenino. Aunque como ya he dicho antes, soy un adolescente y me llamo Marco. Otro inconveniente a la hora de ligar es que formo parte de un contenido. Somos muchas gotas y podría haber confusión a la hora de actuar. Porque con los vinos de tetra-brick, ya se sabe, no tenemos muy buena fama. Sin embargo, tengo que decir en mi favor que yo soy el único abstemio, no bebo, me beben. Así que controlo.

Todas estas cosas se las he dicho a la miga al oído. Ni caso. No sé qué métodos usar más. Pensé que al estar ella un poco bebida, se iba a suavizar la situación, pero tampoco. El caso es que mientras caía al fondo, me ha dicho que está enamorada de la corteza del pan y que no puede vivir sin ella. Y que me tendría que conocer un poco más para llegar a algo conmigo. Primero tendríamos que ser amigos, y luego, con el tiempo, ya veríamos. También tendría que aclarar su situación con la corteza, claro. Ante esto yo me desespero. Le digo que no hay tiempo, que si seguimos hablando acabaremos en el estómago del hombre. Tenemos que aprovechar el poco tiempo que nos queda para amarnos, le insisto. Creo que con esto último, se ha agobiado. La miro fijamente. Cada vez está más rosa, como un chicle de fresa que da vueltas en la boca de un niño.

El hombre se acaba de sentar a la mesa. Coge los cubiertos y se dispone a cortar la carne. La miga sigue en su mutismo. En breve desapareceremos. No seremos nada. Adiós a mi última historia de amor.
Mientras pienso en esto, la miga se mueve, gira sobre sí misma. Hemos entrado en una especie de remolino, y digo “hemos” porque ya no pienso despegarme de ella. Total, por una gota más que tenga encima, no lo va a notar. Hay como un maremoto dentro del vaso. Las olas vienen, van. Una sombra negra remueve el agua y viene a por nosotros. Al principio falla, pero al siguiente intento, lo consigue. Algo nos estruja y veo desde muy cerca un globo azul y en su centro tiene un punto negro, yo diría que es un ojo. Pestañea. El vientecillo hace encogerse a la miga. La abrigo con el poco líquido que me queda. Ahora sólo espero lo peor. Tal vez la situación no sea tan drástica. Pero ya se sabe lo que pasa con las migas de pan: acaban siempre por los aires.

Y así es. La mano nos lanza fuerte. Trazamos un arco por toda la cocina y vamos directos al fregadero. Con tan mala fortuna que entramos directos por el agujero del desagüe. Esto es mala suerte. Bueno, de todas formas, hubiera terminado en el estómago del hombre. O no. ¿Y qué importa ya eso? Tomé la decisión de pasar un minuto de amor con la miga y no me arrepiento de ello.

Seguimos rodando por las tuberías. El olor no es muy agradable y el agua es bastante turbia. A este paso voy a perder todo mi color, de hecho la miga ya es de un rosa muy claro, cada vez más claro. Parecemos un algodón de feria manoseado. Lo que peor llevo es ver cómo poco a poco se va deshaciendo. Todavía recuerdo su textura, y ahora, apenas queda nada de ella. Y yo, he pasado de un color rojizo a ser tan turbio como este agua que nos lleva no sé dónde. Bueno, sí que lo sé. Nos lleva hasta la nada. Hasta no ser nada más que eso, nada. A veces el amor tiene estás cosas. Valió la pena intentarlo. Creo que ahora entiendo el amor y la dignidad de estar enamorado durante al menos un minuto de nuestra vida.