viernes, 18 de julio de 2008

miradas





Llegan a diario. Las imágenes bochornosas se prodigan en nuestras playas. Las contemplamos y nos sentimos culpables de ver a estos seres humanos tendidos, sin fuerzas, agotados, tiritando de frío, sedientos, hambrientos, humillados, con la angustia y la derrota pintada en los ojos.

Un pedazo de mar les separa de la Europa mítica, la Europa de las oportunidades, de alcanzar la dignidad de un trabajo que les permita vivir como personas. Quisieron cruzar este mar para conquistar su sueño sabiendo que ello les partiría el alma, porque alejarse de la propia tierra, autoarrancar las propias raíces, dejar la familia, es un reto duro que sólo pueden superar los más fuertes, los más deseperados. Esto si se consigue llegar con vida hasta aquí.

Muchos saben, antes de partir, que se la están jugando, la vida, en el salto mortal que se imponen para asegurarse, precisamente, la supervivencia con dignidad. La clandestinidad es su bandera, las sombras de la noche su techo protector, las mafias que les engañan y les roban un dinero, que les puede suponer la esclavitud para mucho tiempo, o para el resto de su vida, sus únicos aliados.
Hileras de cuerpos muertos tendidos sobre la arena son demasiado a menudo el resultado de un proceso espeluznante de un primer mundo, instalado en la comodidad, que cierra su fronteras, y también los ojos del alma a estos seres humanos, hambrientos de trabajo y dignidad, que exponen su bien más preciado, la propia vida, para llegar a nuestra Europa. El símbolo de algo que nos une, pero que se olvida de los desheredados propios y de los foráneos y extiende un muro de contención ante la avalancha de ciudadanos y ciudadanas del mundo. Algunas llegan de África embarazadas, otras con sus bebés en brazos. Pretenden cruzar la muralla que les oponemos, sin tener que ser esclavos, o dejar la vida tragados por el mar o heridos por los escollos de la costa, o la humillación de ser devueltos al punto de partida mucho más pobres aún que cuando salieron, porque se endeudan para pagar a las mafias.

Cuando llegan, se encuentran con el rechazo, la pobreza, la soledad. Despiertan del sueño de golpe, se ven atrapados en la miseria, la misma de la que huían, pero sin posibilidad, la mayoría, de retomar la primera.

Siempre me ha impresionado ver sus ojos, reflejan muchas de las cosas que jamás he vivido y que supongo no viviré, es descubrir otro mundo dentro del mío.
A pesar de todo, para algunos de ellos valió la pena, los días a la deriva, sin comida ni agua y con el miedo de desaparecer para siempre en el mar; están en España, en Europa, como si eso asegurara la comida, el techo,....

No todos cierran sus ojos y son capaces de ver al ser humano que sólo tiene otro color de piel, un habla diferente.

Es imposible no abrirlos si miras los suyos...